Ventana de lanzamiento

Últimamente me siento un poco ingeniero espacial, porque cuándo planifico las cosas para hacer tengo que calcular el momento idóneo de hacerlo. Al igual que en cualquier misión en la que se envía una sonda a alguna parte del espacio, hay que calcular la fecha para que la distancia y la trayectoria de los cuerpos celestes sea óptima o como mínimo asequible, así me planifico yo.

Estar o no estar de guardia, si esa semana tengo tarde libre o no, o si trabajo el sábado, son las primeras cosas en las que tengo que pensar a la hora de planificar algo, desde lo más simple como ir a la librería a cosas más complejas como un viaje de fin de semana o unas vacaciones. Claro que eso no basta, al igual que en las fechas previstas un tío espacial puede encontrarse con una tormenta de rayos solares o de rayos normales (que también están ahí), a veces cuándo crees que tienes la oportunidad de hacer algo, aparecen esas circunstancias que nos rodean en la vida adulta y nos joroban el invento.

Sé que no soy nadie especial, y que seguramente la mayoría de la gente está como yo, pero como solo conozco a fondo mi vida y no la de nadie más, cuento lo que me pasa a mí.

Nostalgia de mi mismo

La vida cambia, la edad te da la perspectiva de que se suceden varias etapas en la vida de una persona, y en cada una de ellas hay diferentes cosas que te motivan, que te mueven, que te hacen feliz y que no son iguales a las de la fase que has dejado atrás.

Hasta ahora, cada fase nueva, aunque he perdido o he dejado atrás cosas, haciendo balance, examinando el resultado final de la cuenta de pérdidas y ganancias resultaba positivo, me sentía mejor persona y que había crecido como ser humano, y miraba al futuro con la esperanza de poder seguir progresando en este camino.

Pero últimamente siento que ese camino se ha quebrado, que el yo de hoy añora a versiones de mí que han quedado atrás y que jamás volveré a ser. Presiento que mi yo presente y mis yo futuros serán peores que los yo que he sido en el pasado, y eso está haciendo que cada día cuando me despierto, me cueste un trabajo enorme seguir viviendo mi vida.

El paréntesis que en mi vida ha supuesto la crisis del Covid me ha cortocircuitado de alguna manera y no he conseguido sacudirme el gris de esa época, de esos días de ir al trabajo con miedo no de contagiarme, si no de pegárselo a mi madre y que le pasara algo.

Eso y otras cosas, han convertido muchas de las cosas que me ilusionaban en obligaciones, en hacer la mayoría de las cosas que hago teniendo que sacar fuerzas para ello, primero del músculo, luego del corazón y finalmente de las tripas, que creo que es la última fuente de energía de la que disponemos para sacar nuestras tareas adelante.

No sé todavía como voy a proceder para quitarme esta sensación de encima, pero por seguro, que no pienso resignarme a lamentar que ya no soy el que fui, si no intentar ser un mejor yo.

Artista

Hay una cosa que con el paso del tiempo la tengo cada vez más clara, otros que han vivido en ese mundo la han tenido desde mucho antes que yo, pero es algo que no todo el mundo ha llegado a comprender, algunos porque no piensan sobre ello y la gran mayoría porque no les importa, esa cosa es la diferencia entre el talento para una manifestación artística y el ser un artista.

Y es que alguien puede tener una voz maravillosa, un talento para componer o tocar un instrumento, pero si no sabes presentarlo a los demás y en cualquier circunstancia, serás una persona con un don, pero no un artista. Otros menos talentosos, son capaces de atraer al público y meterlo en su bolsillo, porque son capaces de mostrar todo lo que tienen y multiplicarlo incluso bajo la habilidad de su prisma artístico.

Pero todo esto es solo para explicar porque personas con un incontestable talento no consiguen tener una carrera comercial y porque gente de talento más limitado arrastran masas. Porque a pesar de todo esto, estas dos cualidades no son opuestas, se pueden tener las dos, y ambas al máximo nivel.

El pasado 13 de diciembre viví en directo la prueba de ello, un poco por casualidad aprovechando el dinero de unas entradas que no me devolvían por el asunto de la pandemia de COVID 19, vi que Raphael venía a Granada. No soy fan, pero soy capaz de reconocer que es una leyenda de la música, y teniendo en cuenta que lleva ya 60 años de carrera, no me quedaban muchas oportunidades de verlo en directo al menos una vez.

Y debo reconocer que salí más encantado de lo que me esperaba, el esperado despliegue gestual en el escenario, pero todo ello acompañado de una fuerza y una voz que demuestran que esos años de artista no han sido porque si. Un fuego interior que solo se puede mantener durante tanto tiempo porque la música es tu motivación, no es ni un trabajo ni un medio para alcanzar la fama, esas cosas son solo las consecuencias de ello.

Dos horas cantando sin parar, nada de paños calientes, de pausas musicales o directamente descansos, entregado al público de principio a fin, como el público con él, incluido yo que estoy muy lejos del fanatismo. Tras ver el documental biográfico que hizo Movistar +, ganó mucho mi respeto, tras verlo con mis propios ojos lo ha refrendado, ¡grande Raphael!.

Creyéndonos mejores

Muchos miran hacia atrás en la historia con aire de superioridad, pensando que hemos alcanzado la cima de la civilización y que hemos superado ciertos comportamientos y eso nos coloca por encima de todos los seres humanos que nos han precedido en este paso por la vida.

Hay algo que creo que es cierto, que la Humanidad ha evolucionado desde que constituyó civilizaciones, que hemos pensado mucho, construido mucho y mejorado muchos aspectos de la vida, pero todavía nos quedan muchos hervores, ni siquiera unos pocos hasta alcanzar esa madurez a la que podemos aspirar en función de nuestra racionalidad.

Y es que no solo la gran mayoría de los seres humanos viven bajo regímenes autoritarios, totalitarios y algunos incluso genocidas, en el mismo occidente, lejos de haber alcanzado la libertad de pensamiento y la habilidad en el arte del debate, hemos creado un nuevo integrismo, puede que no en el nombre de un Dios que está en el Cielo, si no en el nombre de una diosa que es la misma Tierra.

Lo mismo que el cristianismo del año 1000 vivía predicando un apocalipsis inminente, ahora lo hacemos mil años después, no siendo cuidadosos con nuestra casa porque sea lo lógico, porque es de persona amueblada el hacer las cosas de manera más eficiente y de la manera menos dañina posible, si no porque es un pecado contra la diosa Gaia y su dedo apocalíptico nos señala condenándonos a la extinción. Una vez más todos somos pecadores, y como tales solo merecemos el infierno.

U otro tema que creo que retrata a la sociedad occidental como es la guerra de Ucrania. Voces que piden que dejemos a ese país a su suerte, que si su gobierno es fascista, que si se lo han buscado por acercarse a Occidente, que si no va con nosotros y vamos a pasar frío en invierno por su culpa. Rusia ha invadido Ucrania, una acción sucia y contraria a lo que aspiramos para el futuro de la Humanidad. Una agresión en toda regla a la que Europa no debe darle la espalda.

Viendo actitudes de hoy día, comprendo porque en Europa había gente que no solo miraba a otro lado, si no que aplaudía las acciones de Hitler, pero a los sátrapas nada los apacigua, y yo no quiero vivir una guerra, ni sufrir las penalidades que supone aún en la distancia, pero creo que nos equivocamos si le damos la espalda a la justicia en este momento de necesidad.

Son ya muchos años en los que vivo no esperando algo mejor para el futuro, al menos en la parte de ese futuro que me tocará vivir, y sin duda, desde el 2008, esta es la época más oscura que esté viviendo, siempre creo que la verdad y la libertad se imponen, pero eso si, siempre con el costo de vidas humanas que es un precio que todavía toca pagar por ello.

No somos mejores que nadie, los humanos del futuro nos mirarán y criticarán, espero que ellos si puedan hacerlo desde la superioridad moral de quienes han superado las ansias de opresión que todavía nos amenazan.

Cumplir

La vida adulta iguala los días, y cuándo tienes un trabajo en el campo sanitario, sabes que cualquier día del año, por especial que sea, es potencialmente laborable. Esos tiempos especiales, la Navidad, la Semana Santa, el verano, son ahora ordinarios, también los cumpleaños.

Cierto que hubo un momento en el que dije que eran un día más, porque había muchos más días en los que sin la excusa de la fecha de mi nacimiento, me sentía especial, pero llegó el momento en el que era un día más, porque simple y llanamente, el 14 de julio se había convertido en el día que iba después del 13 y antes del 15.

Pero este año, cuándo nada esperaba, las circunstancias hicieron que fuera de nuevo especial, no por mí, que sigo igual de vacío por dentro que últimamente, si no por mi madre que se esforzó por darle color al día a pesar de mi empeño de teñirlo de gris, y por haber recuperado de verdad a mi hermana, cuyo espíritu llevaba demasiado tiempo ausente.

No voy a decir que desde ahora voy a celebrar esta clase de fechas a bombo y platillo, de hecho, quiero que fuera de mi esfera más íntima pase lo más desapercibido posible, pero si podré decir que no será un día exactamente igual a los demás.

Dreamworld

Ir a Londres tenía un objetivo, ver la nueva gira de Pet Shop Boys, «Dreamworld», no tenía idea de como podía ser, de hecho esquivé todas las noticias que pude al respecto desde que se inició. Tras sacar las entradas en noviembre de 2019, hasta el 22 de mayo de 2022, esas entradas no se transformaron en algo tangible. Y de la manera más caprichosa también, ese concierto en el O2 de Londres, se convirtió en el único de la gira en su etapa de 2022 que he visto, cosa de la que no me quejo, al contrario.

Me saqué en su momento una entrada VIP, pero solo tenía un merchandising aparte, y por supuesto una localidad bien cerquita del escenario, vamos, que fundamentalmente pagué por estar cerca del escenario, cosa que tampoco lamento, porque encima casualidades de la vida, acabé sentado junto a dos mujeres japonesas, auténticas pethead, os lo puedo asegurar, y nos pasamos el previo hablando en japonés.

Hasta la bola, impresionante llenazo de los PSB en Londres

Empezó el concierto, y fue un no parar, sé que hay gente muy curtida en esto de ver conciertos y sabrá encontrar diferentes virtudes y defectos, pero yo, como simple fan que iba a disfrutar, y que de hecho necesitaba disfrutar, lo hice de principio a fin, me sostuvieron en el cielo durante las casi dos horas de concierto. Eso sin contar lo que para mí fue el momentazo del evento, cuándo Chris Lowe, todo imperial, abandonaba su situación habitual en las últimas giras en el lateral del escenario, y aparecía justo en el centro del mismo, no creo que se pudiera emanar más poder desde un teclado.

Y no lo digo solo yo, mucha gente me transmitió la misma sensación

Parece mentira que después de tantos años sigan haciendo cosas tan cañeras, después de haber hecho tanto alarde artístico, que aún sepan como tocar el corazón de sus fanáticos, que perdonamos mucho, pero a veces somos también los menos tolerantes si notáramos un bajón de calidad en su trabajo. No sé como será el concierto para un «casual» que va a ver un concierto de un grupo interesante pero que no es fan, pero desde luego, lo que es para mí, esta gira está muy lejos de mostrar decadencia en su carrera.

En fin, ahora se van a Norteamérica a la gira con New Order, y el año que viene ya se han confirmado los conciertos en Inglaterra, ahora solo queda que las guardias y otras cosas me permitan repetir, porque con una sola vez no me basta.

De vuelta a volar

No había viajado al extranjero desde que fuera a Praga a ver el hockey en octubre de 2019. Me acuerdo que ese año me sentí muy culpable por la cantidad de viajes que hice, todos justificados porque eran eventos irrepetibles, no me imaginaba cuanto, de hecho nadie imaginaba que al año siguiente ni podríamos salir de nuestra casa, y ahí empecé a arrepentirme menos, de hecho ya no queda nada de ese sentimiento, y sin decir que ahora voy a vivir a lo loco, desde luego no voy a mirar a otro lado cuándo surja la oportunidad.

Algo de eso me quedaba cuándo tras dos aplazamientos, el concierto de Pet Shop Boys en el O2 de Londres por fin se iba a celebrar, unas entradas que compré en noviembre de 2019 y que ya por fin iban a servir de algo. Pero siendo sincero, entre las circunstancias del mundo, de la vida y del trabajo, no tenía ganas. Tuve un coqueteo con el hecho de cancelar las entradas, me daban miedo las posibles restricciones por el COVID, el no saber como era el Reino Unido tras el Brexit, y esa eterna pereza que me da cada vez que me voy de viaje.

Pero me lie la manta a la cabeza y fui organizando las cosas, volvía un vuelo de Granada a Londres, busqué alojamiento, me informé acerca del roaming y otras cosas, pero fui a lo imprescindible, no hice ningún plan especial ni miré si había exposiciones o algo así.

Contaba con el hecho de que otros amigos petheads irían al concierto, y pasaría el tiempo con ellos, el único problema fue que ellos llevaban un plan al revés del mío, que era estancia en Londres, concierto y a mi casa, y el suyo era concierto, estancia en Londres y a su casa.

Y al final me vino bien, circunstancias de la vida, mi amigo Jose que ya lleva la tira de años viviendo en el Reino Unido se puso en contacto conmigo a través de un recuerdo de Facebook y acabé yendo a Cambridge a visitarlo y por fin conocí a su mujer y a sus dos niños, ya solo por eso mereció la pena irse para allá.

Aparte Londres no es una ciudad que de mucha opción al aburrimiento, al menos para mí, solo pasear ya me entretiene, de hecho hice entre 12 y 14 kilómetros de caminata, y es que desde mi hotel cerca de la estación Victoria, cantidad de sitios para visitar a pie.

Londres engalanada para el Jubileo de la Reina, el Imperial War Museum, la Queen´s Gallery con una exposición de los regalos de los emperadores japoneses a los reyes de Inglaterra, la National Gallery, no tuve tiempo de aburrirme.

Aunque me llevé las libras esterlinas y mi tarjeta Oyster, al final apenas gasté efectivo, otra cosa que me preocupaba, la pandemia ha instaurado el reino del contactless por todas partes. He recordado todas las cosas que supone viajar solo, las buenas, regulares y malas, y las he vuelto a incorporar a mi memoria para que la próxima vez que toque, pensar sobre hechos y no sobre teorías.

Tardaré en volver a salir fuera, sigo sin tener el cuerpo ni las ganas, pero seguro que llegará el motivo correcto para que eso ocurra. Estoy descafeinado, pero no muerto.

La Santísima Trinidad o a que suena un libro

Nunca he sido muy partidario de toda la parafernalia que rodea a los grupos de música, ni siquiera de los que me gustan, aunque parte de eso ha cambiado con el paso del tiempo. Al principio solo tenía interés en la música en si, en cierto modo cuándo has sido adolescente en los 80 y discos destinados a ser leyenda aparecían todas y cada una de las semanas del año, apetecía más escuchar esa música que saber lo que había detrás de ella. Aparte de que ya sabemos que el relato de las cosas justo en el momento que suceden, suele estar sometido a presiones y condicionantes que acaban siendo más fuertes que la verdad.

El tiempo da perspectiva de las cosas, y aunque el paso del tiempo suele vestir los recuerdos de algo de creatividad, permite aproximarse a los hechos que sucedieron con una menor carga de tener que aparentar y con menos apego al que dirán. A lo hecho, pecho y esas acciones del pasado son las que han hecho posibles este presente.

Cuatro décadas contemplan a tres de los grupos que están entre los favoritos de muchos, Pet Shop Boys, el único grupo del que me puedo considerar fan legítimo, Depeche Mode y New Order. Obviamente hay libros que hablan de los tres, y en detalle más profundo, pero la idea que nació en la cabeza de mi amigo Pablo Ferrer, fue más allá, y reconociendo los paralelismos, coincidencias y personas comunes que rodean a estas tres bandas, que todavía en 2022 siguen ahí, hacer el relato de como ha sido ese camino desde que eran unos jóvenes que nadie conocía, a convertirse en los músicos que hoy día no tienen que demostrar nada a nadie.

Ya no solo por el interés que me generaban los grupos, si no por que conozco la manera de trabajar de Pablo aunque sea solo de refilón, sabía que el trabajo que estaría detrás del libro sería ingente. Una documentación brutal que avala las afirmaciones de cada uno de los capítulos, redactados de forma clara y consiguiendo enlazar los hechos y circunstancias que rodean a tres grupos sin agobiar en la lectura.

Y lo que es más importante para mí y lo que me ha hecho disfrutar mucho del libro y porque no decirlo que me haya llevado más tiempo que otros el leerlo, ahora si, he sentido la necesidad de saber las circunstancias que llevaron a la creación de esos discos, a esas obras que yo escuchaba en apenas 40 o 50 minutos y que detrás llevaban un trabajo, unas vivencias, unas risas, llantos, ira, cariño una avalancha de sentimientos que aunque se perciben, nunca llegan del todo a ese álbum.

Hay veces que he comprado un libro o un disco por apoyar a una persona que aprecio, y obviamente aquí hay algo de eso, pero decir que lo hice por eso o incluso que ese era el porcentaje mayor de la motivación para traerlo a mi casa, no sería cierto. Por supuesto que algo de eso había, pero la obra tiene interés por si misma para mí, y me ha hecho volver a disfrutar y volver a interpretar un montón de los discos que andan en mis estanterías y que me han alegrado tantos momentos.

Gente con más saber y por tanto con más influencia, ya han glosado las cualidades de este libro, así que hacedles caso, y todos aquellos que seáis fans del synth pop o incluso solo de alguno de los grupos que aparecen, dadle una oportunidad, oiréis esos discos que llevan tanto tiempo con vosotros con un oido nuevo.

Documentos

Este martes día 8 de febrero me caducaban el DNI y el pasaporte, así que saqué cita para el mes pasado y renovarlos. Diez años más de mi vida que de un modo u otro se ven resumidos en ambos documentos, en el DNI porque se ve el paso de los años reflejado en mi rostro, algo que últimamente no me está sentando nada bien, y en el pasaporte por los sellos de mis viajes a Japón, sin olvidar ese solitario sello de entrada y salida de Corea del Sur, que rememora uno de los viajes más divertidos que recuerde.

Ahora se abre una nueva frontera que ya empiezo a no estar muy seguro de cubrir, será en 2032 y yo tendré 60 años, ando tan quemado últimamente que ni siquiera sé si estaré ahí, y si lo estoy no se en que condición. El futuro se abre ante mi con un gran velo de incertidumbre, no solo por las cosas que me pasan, si no por las que suceden en el mundo. Aunque sea el siglo XXI y viva en Europa occidental, seguimos siendo seres humanos los que vivimos en este planeta, y ninguno de nosotros está exento de las desgracias que han azotado a las personas desde el principio de los tiempos.

De momento me conformaré con vivir al día, esa será la frontera que iré cruzando de momento. Por cierto, el carnet de conducir me caduca en septiembre.

Pon un Sebastián en tu vida, o mejor dos

Me gustan los rallys bajo cualquier circunstancia, cada fin de semana que toca uno del mundial que puedo verlo de cabo a rabo en casa, no tengo más meta en esos días que disfrutarlo, y cualquier cita, persona u obligación que interfiera en ello es una molestia.

La semana pasada empezaba la temporada de 2022, no más WRC, ahora los reyes son los Rally 1, con su cambio de normas y tecnología prometían un inicio incierto y con un visionado a la expectativa de lo que cada uno de los tres equipos principales había conseguido con el trabajo de desarrollo y pruebas en 2021. Y desde luego lo que han traído de nuevo ha sido interesante, pero aún más interesante ha sido ver que donde siempre, han estado los de siempre, los reyes de Monte Carlo, Ogier y Loeb.

Un duelo sin más invitados, ni falta que hacía, un duelo repleto de talento al volante, talento a la hora de jugar a elegir neumáticos, y como no, de cambios de suerte en el que el pinchazo de Ogier en la penúltima etapa resolvió el duelo en favor del mayor de los maestros, que encima es más joven que yo.

Reconozco que me podía el hecho de que Loeb y Ford volvieran a ganar tras tiempo de sequía, pero la victoria de cualquiera de los dos habría hecho justicia.

No sé si el resto de la temporada con los pilotos a tiempo completo de vuelta al protagonismo tendrá momentos tan intensos como el de este Monte, pero desde luego, ya, que nos quiten lo bailao.

Ya no tengo el último coche ganador de Loeb, llegará.